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¿Qué Quieres De Mi, Nostalgia?

¿Qué Quieres De Mi, Nostalgia?

Estas dos historias nacen como una suerte de terapia. Milagros muestra a través de estos relatos (que escribe para sanar), el peso que la nostalgia tiene en su vida y, sin saberlo, cada una de sus historias se releva como definición perfecta de dicha palabra.

 

nostalgia

Del lat. mod. nostalgia, y este del gr. νόστος nóstos ‘regreso’ y -αλγία -algía ‘-algia’.
1. f. Pena de verse ausente de la patria o de los deudos o amigos.
2. f. Tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida.

 

1. f. Pena de verse ausente de la patria […].

Celebro al otro lado del charco las Fiestas Patrias de mi amado Perú; ese pedazo de tierra en la inmensidad del universo que me vio nacer. Quisiera volver…

Ni la distancia ni el tiempo consiguen que lo deje de pensar. Recuerdo, por ejemplo, el cielo gris de mi Lima: ese frío invernal que nos lleva siempre a buscar la casaca más gruesa y nos quita las ganas de salir, pero que nos motiva a preparar un buen chocolate caliente o un arroz con leche.

Allá donde se encuentra todo, y si no existe, lo hacen para ti. Allá donde está el mercado, aquel con pasillos llenos de frutas y verduras en donde se mezclan los sabores, olores y colores. ¡Tanta variedad junta, tantos aromas a la vez! Allá donde se escogen pescados y mariscos frescos. En donde, en un instante, te preparan un juguito especial con leche y algarrobina, o un extracto de lo que necesites para aliviar todo mal.

También están esos amigos a los que quisiera ver cada fin de semana, con los que suelo sonreír. Esos a quienes es un placer abrazar y apachurrar. Esas amigas que me recargan las energías, y con las que puedo reír tanto que me pongo a llorar.

Quiero volver para ponerle flores a la tumba de mis padres, para visitar Dante -el lugar donde crecí.


Quiero ver otra vez a los vecinos que quedaron -más viejos y arrugados. Quiero sentir el olor de una carretilla de anticuchos, y chuparme los dedos con sabor a miel después de unos picarones. Quiero un ceviche hecho en Perú, con bastante rocoto y mucha sazón.

Quiero volver y caminar por la herradura, bordear la Costa Verde, visitar El Faro de Miraflores, comer un buen churro en Manolo y tomarme una copa de helado de lúcuma de D’Onofrio. Quiero sentir la brisa de invierno en mis mejillas, la humedad de la que siempre me solía quejar. Quiero bañarme en El Silencio, playa que a los dieciocho años me logró enamorar.

Quiero volver, y pasar una vez más por la puerta de cada lugar en donde nacieron cada una de mis tres hijas. Quiero el bullicio y ver a la gente caminar rápido para alcanzar la procesión del Señor de los Milagros. Quiero ver las carpas de los circos en Julio y sentir la alegría de los vendedores ambulantes con cada venta. Quisiera volver, y volver en el tiempo para visitar La Feria del Hogar, esa que caminé una infinidad de veces.

Celebro al otro lado del charco, pero mi corazón, mis recuerdos y la gente que quiero están allá, Perú. Quiero volver.

 

2. f. Tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida.

Su casa era bonita, o así la veía ella. Linda y cálida. No tenía un jardín como las demás, pero sí muchas macetas con plantas y flores. Había un columpio en el que ella disfrutaba balancearse mientras la brisa acariciaba su rostro y alborotaba su pelo largo. Ese columpio verde era digno de admirar pues lo había hecho su papá: soldado y pintado con sus propias manos solo para ella. Desde ahí, desde lo alto, ella jugaba y soñaba despierta.

En esa casa se sentía el amor. Ella tenía todo lo que una niña necesitaba para ser feliz: una mamá con abundante cariño para dar y un papá excesivamente paternal y consentidor. Al crecer fue tomando conciencia de su entorno y entendió las diferencias que existen entre las personas y las cosas. Empezó a notar ciertos detalles.

Se dio cuenta, por ejemplo, de que su casa no era tan bonita como ella creía, que había otras mucho más lindas. Quizás en esas casas no se respiraba el mismo amor, pero eran grandes, mucho más grandes.

Un poco más tarde encontró otra diferencia – la más importante y, a la vez, la que más incomodidad le generaba: su hermana.

Su hermana, de quien solo recibía sonrisas, caricias y mucho amor, también era diferente. Tenía Síndrome de Down. En algún momento ella dejó de verla linda y tierna como la solía ver. Empezó a comprender que otros niños la miraban y se reían; la observaban de lejos como con temor, o quizás la distancia les permitía murmurar y juzgarla más fácilmente.

Esos cambios que ella encontró, esas pequeñas diferencias que empezó a notar en su hermana la volvieron insegura. Muchas veces prefería no mostrarse en público junto con ella porque rehuía de las miradas externas, ya que sabía que resultarían incómodas e incisivas.

Su capacidad para notar estos detalles hizo que se le hagan más evidentes las diferencias físicas de su hermana: los rasgos achinados, los dedos cortitos y más gordos, la lengua más prominente y casi siempre fuera de la boca. La boca que se movía incesantemente, perturbándola e incomodándola. Incluso la comunicación era distinta.

Cuando ella se casó se fue del país, lo cual la alejó de su hermana. Al volver de visita unos años después sintió una inmensa felicidad de tenerla cerca nuevamente: los años la habían hecho madurar y con eso había entendido que las diferencias la hacían especial. Más especial y bonita que cualquiera.

De pronto, llegó una tormenta: la madre falleció de forma repentina. El dolor vino con grandes cambios: ella tenía que adoptar el rol de madre, lo cual le generaba un sentimiento abrumante porque se trataba de una responsabilidad tremenda. Tenía que cuidar y proteger a una eterna niña y aumentar la dosis de amor, pensaba.

Sin embargo, algo curioso ocurrió. Ella fue testigo de cómo los roles que supuestamente tenían que ser, se invirtieron. Era su hermana quien cuidaba de ella, quien, con tan solo una mirada, calmaba su pena y soledad, consolándola con palabras llenas de amor.

Era esa eterna niña quien mostraba su preocupación a cada instante, quien le decía que se alimente, que descanse. Era su hermana quien, con su sigilosa presencia, ahuyentaba sus penas. Su hermana fue, indudablemente, su gran compañera de vida. Jamás le falló, solo supo dar amor.

Estoy segura de que, sin mi hermana, nada en esta vida hubiera sido posible. Y también estoy segura de que mi hermana fue el más maravilloso regalo de Dios.

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