¿Por qué dejé de fumar? Mi historia con el cigarro

Una de las cosas que me pregunté cuando empezó toda esta aventura en abril del año pasado, fue: ¿para qué estoy viviendo esto? Creo que hoy puedo responder esa pregunta*.
Empecé a fumar a los 16 años. Recién entraba a la universidad y se me hizo fácil porque siempre me gustó el olor y el sabor del tabaco. No tuve ninguna influencia familiar o social que fuese el desencadenante de mis preferencias tabaquistas: yo disfrutaba el sabor y el olor de un ‘cigarrito’ (y si era con un cafecito mucho mejor: mi máximo momento de disfrute).
Para mí, fumar era sinónimo de relajación. No me gustaba fumar apurada ni preocupada. Me gustaba hacerlo cuando no había una situación estresante de por medio. Por ejemplo, cuando estaba conversando con mis amigos, porque podía disfrutar del momento y el sabor del cigarro. Cigarrillos o habanos, ambos siempre hacían match con una buena conversa o bebida (con alcohol o sin alcohol).
“Lo dejaré cuando tenga hijos”
Los que criticaban mi vicio recibían como respuesta: dejaré de fumar cuando decida tener hijos. Era verdad: sí pensaba que mis futuros hijos no tenían por qué cargar con mi vicio. Ustedes dirán, “no se puede dejar el cigarro de la noche a la mañana”. Para alguien como yo, que planifica momentos importantes de su vida, ya estaba proyectado que a los 39 años dejaría de fumar porque a los 40 ya debía estar embarazada. Con novio, sin novio, con esposo o sin esposo, ser madre era mi meta. Si se tenía que hacer sacrificios, como dejar mis ‘cigarritos’, no había problema.
También había planificado mi década de los treinta. Es decir, una vez iniciado ese periodo, debía ir creciendo profesional y personalmente; de tal manera que, a los 39 años, estaría en la plenitud conmigo misma, orgullosa de mi crecimiento en ambos sentidos. Para tales efectos, debía hacer ciertos cambios en mi vida como adoptar un sistema de alimentación saludable para llegar a los 40 con una mente y cuerpo bien conservados. “No quiero que mis hijos me agarren mal nutrida y en pésima forma”, pensaba.
“Aún no tengo 39 años, así que me queda mucho tiempo por disfrutar de mi vicio delicioso”, creía.
Siempre he hecho deporte, así que no fue difícil agregar el tema de la alimentación saludable a mi rutina de ejercicios de 3 a 5 veces por semana. Conforme fue pasando el tiempo, mis hábitos alimenticios mejoraron e, incluso, había incorporado una nueva actividad a mi vida: el yoga.
No gente, no fue el yoga lo que me quitó el cigarro. Es más, podía hacer deporte, podía hacer una práctica divina del yoga, podía comer todas las verduras recetadas por mi nutricionista, mi ingesta de alcohol se redujo considerablemente, pero seguía fumando. Una cosa no tiene que ver con la otra. “Aún no tengo 39 años, así que me queda mucho tiempo por disfrutar de mi vicio delicioso”, decía.
Mi vida era plena, estaba bien profesionalmente (es una bendición que te paguen por hacer lo que te gusta) y estaba bien en el amor porque estaba saliendo con un chico lindo que me sacaba sonrisas todos los días. Estaba en mi mejor forma física y emocionalmente estable. Todo era perfecto.
El día que dejé de fumar
Un día de febrero, mientras planeaba mis vacaciones de Semana Santa, decidí hacerme el típico autoexamen de mamas. Justo me llamaron por teléfono y, al voltearme para responder, por alguna razón, mis dedos terminaron atravesando mi seno izquierdo y sentí una masita chiquita. Pero entre la llamada y mi autonegación, no le tomé importancia.
La típica: todo está perfecto y seguro es mi mente jugando conmigo. Hice una comparación express con mi otro seno y listo. Todo estaba igual. Además, comía sano, hacía deporte, no consumía azúcares y era fumadora social. “El cáncer no elige a las personas con hábitos saludables como los míos”, creía.
El tabaquismo no es la principal causa del cáncer. En realidad, hasta el día de hoy, nadie sabe por qué se origina. Pero lo que sí se sabe es que fumar es una fuente de riesgo. Para mí, fumar era como ir a toda velocidad en un auto: mientras esté yo sola al volante, podía asumir todos los riesgos. Total, no le hacía daño a nadie.
Dejé de fumar un día de abril de 2019, cuando me informaron que había un nódulo en mi seno izquierdo. En ese momento, sabía que me había estrellado sola en ese auto imaginario. Todo lo que les he contado: mis planes, mis sueños, mi alegría, se fueron, y no quedó nada. Me había estrellado sola.
“Dejé de fumar un día de abril de 2019, cuando me informaron que había un nódulo en mi seno izquierdo”.
“Quizás no hubiera pasado si no hubiera encendido ese primer cigarro”, “quizás debí dejarlo un año antes”. ¿Quizás? No. Cuando te enfrentas a algo que no puedes controlar, ya no sirven los quizás. En su momento, pude haberlo dejado, pero no lo hice porque estaba convencida de que estaba haciendo todo lo necesario para mitigar el riesgo. A ver: bebía té verde, le metía brócoli a todo y tomaba magnesio. Ustedes me entienden.
No les voy a contar el resto de la historia porque este es un testimonio sobre tabaquismo y no sobre cáncer. Pero lo que sí les puedo decir es que pude haber evitado el tabaquismo y ahí sí hubiera desaparecido el mayor riesgo de contraer cáncer. ¿No le hacía daño a nadie? No, pero me estaba boicoteando a mí misma.
Dejé de fumar hace más de un año, pero por el susto que me di. Solo quiero que imaginen que todo su esfuerzo se va al agua con cada cigarro que encienden. Imaginen las lágrimas en los ojos de la gente que más los quiere cuando les anuncian que tienen cáncer y que no saben si lo van a lograr. ¡Ah! También pueden quedar estériles. Imaginen que con cada cigarro se están fumando todos sus sueños y quedaron hechos cenizas como esas que tiran a la basura al acabar el rico ‘puchito’. Si hubiera sabido todo lo que viví en este año, quizá jamás hubiera encendido ese primer cigarro.
*Este testimonio se publicó en Vitamina M de forma anónima por pedido de la autora.
Totalmente! Pasé por algo similar. Ningún vicio es bueno, es algo que todos debemos leer y escuchar.
Gracias por compartir!
¡Gracias a ti por leernos!