Glass ceiling: ¿una lucha interminable?

La expresión “techo de cristal” o “glass ceiling” es una que resuena en la sociedad hoy en día… Esta expresión, utilizada en el ámbito laboral, hace referencia a “una barrera intangible dentro de una jerarquía que impide que las mujeres o las minorías obtengan puestos de nivel superior”[1]. En un artículo de febrero de este año, The Economist presentó un ranking[2] que revelaba la disparidad entre mujeres trabajadoras de distintos países. Este ranking tuvo en cuenta indicadores como salarios, derechos de maternidad y paternidad, representación en cargos importantes como el parlamento o juntas directivas, y el mismo fue encabezado por los países nórdicos.
Lugares como Suecia (44% de mujeres en el parlamento) o Islandia (el cual es, gracias al Equal Pay Law, el primer país en donde es ilegal pagarle a un hombre más que a una mujer por hacer el mismo trabajo) parecen ser los países ideales para trabajar. Pero, ¿qué hay de aquellos países que se encuentran al otro lado de la escala? Según el Banco Mundial, en 59 países no existen leyes en contra del acoso sexual en el trabajo, en 18 es legal que los esposos impidan a sus esposas trabajar, y en 104 existen restricciones para ciertos tipos de trabajo[3].
Escuchar sobre estas restricciones, por más triste que sea, no es algo nuevo. Lo cierto es que estas limitaciones fueron creadas por leyes, falta de acceso a la educación y, muchas veces, argumentos biológicos. Durante siglos ha sido común atribuir exclusividad de la esfera pública a los hombres y de la privada a las mujeres. En sociedades occidentales los hombres cumplían el rol de “proveedor del hogar” y las mujeres debían cumplir el “rol de madres”… A pesar de tener un cuerpo que cambia, se adapta, y que es capaz de procrear la mujer sigue siendo considerada “débil”. Ya sea por la diferente fuerza física o por otros factores… Por ejemplo, hace décadas, uno de los argumentos que utilizó la Nasa para justificar la inexistencia de mujeres astronautas fue la menstruación.
“Por siglos se creyó que las mujeres eran intelectualmente inferiores y la educación superior no estaba a su alcance.”
Aunque parezca increíble la educación es otro factor que contribuye a esta disparidad… Por siglos se creyó que las mujeres eran intelectualmente inferiores y la educación superior no estaba a su alcance. Las mujeres que recibían algún tipo de formación era porque decidían disfrazarse de hombres (como las discípulas de Platón, Astenia de Mantinea y Axiothea de Fliunte), o se convertían en monjas (principalmente durante la Edad Media, como Sor Juana Inés de la Cruz), o porque recibían una formación con el objetivo de que se convirtieran en futuras “buenas esposas” (a través de clases de etiqueta o economía para el hogar).
Puede que hoy en día resulte común y necesario obtener un diploma de estudios secundarios; sin embargo, aún hay muchas niñas que ni siquiera terminan primaria por razones ligadas a su género. Muchas mujeres que sí tienen la oportunidad, aún son guiadas hacia cierto tipo de estudios, como humanidades o pedagogía, donde los salarios son más bajos; mientras que a los hombres se les orienta hacia profesiones científicas o tecnológicas.
No se puede negar que hubo progresos, pero estos fueron gracias a mujeres que a lo largo de la historia alzaron sus voces, retaron las normas sociales y demostraron que a pesar de estas restricciones y creencias son igualmente capaces. El hecho de que cada día miles de mujeres logren acceder a la educación superior y a distintos campos laborales, concientizando a la población, nos hace creer que tal vez, en un futuro no muy lejano, la disparidad desaparecerá.
Fuentes:
[2] https://www.economist.com/graphic-detail/2018/02/15/the-glass-ceiling-index