Cuarentena en China

Tras unas cortas vacaciones en el sudoeste asiático por el Año Nuevo Chino, me tocó enfrentar la realidad de volver a Shangai. Luego de comprar mascarillas y gel liquido (y con tres vuelos de regreso que fueron cancelados) logré regresar a China.
Por: Stefano Derteano @stefano.derteano
Tras aterrizar en China, tres oficiales totalmente uniformados entraron al avión (no tenían ni un centímetro de piel expuesta). Nos pidieron datos básicos y nos tomaron la temperatura. Al salir del avión nos hicieron llenar un documento de riesgo, en donde tuvimos que indicar de qué ciudad veníamos, dónde habíamos estado en las últimas semanas, si teníamos síntomas o si habíamos estado en contacto con personas sintomáticas.
Al salir del aeropuerto, me indicaron que no debía quitarme la mascarilla hasta llegar a mi casa. No solo taxistas y los pasajeros estaban obligados a usarla en todo momento: nadie podía estar fuera de casa sin tener una puesta.
En el trayecto a casa no pude evitar sorprenderme por cómo había cambiado todo. Shanghai pasó de ser una ciudad masivamente concurrida a parecer una ciudad post Apocalipsis totalmente desolada. No había ningún peatón en la calle y solo circulaban algunos taxis.
“La ciudad estaba paralizada: oficinas, restaurantes, bares, atracciones turísticas, todo cerrado e, incluso, algunos amigos míos habían optado por no regresar al país”.
Al llegar a mi complejo residencial, unos hombres de seguridad volvieron a tomarme la temperatura y me indicaron que solo podía salir de casa para emergencias. Las siguientes dos semanas casi ni salí y si lo hice fue solo para comprar alimentos. La ciudad estaba paralizada: no habían oficinas, restaurantes, bares ni atracciones turísticas abiertas. Incluso, algunos amigos míos habían optado por no regresar al país.
El pasar de unas vacaciones en el caluroso y relajante sudeste asiático a un frío invernal epidémico fue un golpe emocional bastante fuerte. Definitivamente, no todos tenemos la suerte de pasar situaciones así cerca de nuestra familia (y, encima, con más de 13 horas de diferencia). Sí, regresé a China cuando el país estaba pasando uno de sus peores momentos, mientras el resto del mundo lo veía a distancia sin saber qué esperar.
Cuarentena en China
La cuarentena definitivamente es dura: te angustia, te da incertidumbre y de cierta manera te asusta. Pero también te da el tiempo libre que siempre quisiste y nunca tuviste: tiempo para pensar, hacer introspección y organizarte. Puede ser una oportunidad para trabajar en el proyecto que siempre tuviste en mente, aprender lo que siempre quisiste o leer ese libro que dejaste en stand by por tanto tiempo. Uno al final determina cómo utilizar ese tiempo de la mejor manera posible.
Por otro lado, esta incertidumbre también cambia tu comportamiento. Al salir a la calle, piensas dos veces antes de tocar la perilla de una puerta, decides que no es necesario sostenerte de las barandas, prefieres separar las piernas en vez de sujetarte en el bus y utilizas objetos para presionar los botones del ascensor.
Este sentimiento de precaución se va alimentando más y más conforme ves los sistemas de prevención que empiezan a aparecer en la ciudad: los recurrentes controles de temperatura, las escasas personas que están en la calle, los anuncios de constantes desinfecciones de espacios públicos, etc. Te das cuenta lo delgada que es la línea entre la precaución y la paranoia; y, en esta situación, se siente que el país entero está más inclinado hacia el lado de la segunda.
Al poco tiempo, los edificios residenciales empezaron a tener regulaciones más estrictas. Ninguna persona ajena al edificio podía ingresar, los servicios de delivery solo podían dejar los productos en la puerta principal (donde se asignaron estanterías), los ascensores y áreas comunes se empezaron a desinfectar diariamente y los controles de temperatura a la residencia se volvieron obligatorios.
Contener el virus:
Tras dos semanas de cuarentena, solo algunas personas empezaron a ir a la oficina. Hoy las personas evitan a toda costa salir de su zona de protección. En el transporte público, donde antes la gente se aglomeraba, ahora las personas evitan sentarse una al lado de la otra. Si uno va a un lugar público, debe registrar sus datos y hacerse chequeos de temperatura.
La ciudad y el gobierno demuestran su avance tecnológico para combatir el virus. Cada individuo posee un código QR en su celular el cual indica tu nivel de potencial riesgo de acuerdo a la información recolectada de tu ubicación, viajes y lugares asistidos. Este código se va actualizando en tiempo real y debe mostrarse al ingresar a distintos establecimientos. Muchos lugares, incluyendo las estaciones de metro, reemplazan los termómetros pistola por cámaras termográficas, que incluso se implementan en los cascos de algunos policías.
El país rápidamente ha adaptado su infraestructura y sistemas de salud creando estaciones especializadas, llamadas “clínicas de fiebre”, en donde los potenciales pacientes con síntomas pueden acudir y ser evaluados correctamente sin poner en riesgo a los demás pacientes del hospital.
En adición al rápido y eficiente actuar del gobierno, la población china ha contribuido enormemente en la contención del virus. En esta cultura, existe desde hace siglos un especial temor a la muerte y esta es tomada como un tema “tabú”, lo cual hace que la sociedad sea extra precavida en situaciones como estas. De igual manera, el uso de mascarillas es algo muy común en Asia: se usa recurrentemente si uno está enfermo (por respeto a los demás).
“En esta cultura, existe desde hace siglos un especial temor a la muerte y esta es tomada como un tema “tabú”, lo cual hace que la sociedad sea extra precavida en situaciones como estas”.
Mientras la batalla aquí está llegando a su fin, y ahora la protección se encuentra en contener estrictamente a los infectados que llegan desde el exterior, es turno del resto del mundo de tomar la posta y luchar para reducir los contagios.
Si algo me ha dejado esta experiencia es que la decisión del cambio no solo está en manos de nuestras autoridades por medio de regulaciones y creación de infraestructura, sino también en nosotros. Como individuos, tenemos el poder real para salir adelante a través de nuestras acciones.
Espero que esta pandemia nos enseñe a valorar más a los demás: no solo a nuestros seres cercanos sino a la comunidad entera. Que nos enseñe a respetarnos, a cuidarnos, a luchar juntos por el bienestar común y a compartir con los que menos tienen. No hay ejemplo más claro que este de que nuestras acciones también pueden afectar a los además. Solo espero que los valores que adquiramos hoy no caduquen cuando el virus se acabe, ya que serán pieza clave para el futuro de nuestra sociedad.
Acerca del autor:
*Stefano Derteano es un arquitecto peruano que vive en Shangai desde hace tres años.