Agnódice

Una visita al médico tiende a ser una situación que evitamos en la medida de lo posible; nos resistimos a ir hasta que ya no queda–irónicamente- otro remedio más que consultar a un especialista sobre la causa y curación del mal que nos aqueja. La sola idea de ser oscultada y de pasar por todo el proceso de análisis y exámenes médicos es algo que a pocos le apetece. Desde pequeños suele causar ansiedad y disgusto, e incluso, en ciertos momentos genera miedo. Y si esta visita es al ginecólogo…, se convierte en una experiencia menos agradable aún; la consulta en este caso produce en muchas mujeres una sensación de enorme vulnerabilidad y exposición. El ginecólogo es para muchas mujeres lo que el dentista para la mayoría de personas; simplemente que en lugar de sentir miedo, uno siente que están invadiendo lo mas íntimo de nuestro ser. Parece que uno estuviera yendo a un interrogatorio compuesto de todas las preguntas más indiscretas posibles, y en vez de preguntarlas le dan una mirada a nuestro cuerpo para descubrir las respuestas.
Muchas mujeres prefieren consultar a una ginecóloga, ya que esta puede sentir más empatía al vivir los mismos síntomas y conocer la anatomía de primera mano; sin embargo la opción de acudir a un especialista del mismo sexo no siempre fue posible.
“a las mujeres no les gustaba la idea de que un hombre las atendiera en el parto, ni en ningún aspecto relacionado a la ginecología, puesto que podrían ser acusadas de infidelidad. En consecuencia muchas mujeres daban a luz solas, se enfermaban, e incluso morían.”
A lo largo de la historia, las mujeres fueron muchas veces las que se ocupaban de la curación… El conocimiento (el uso de hierbas, plantas, medicinas, así como la gestación y el parto) hizo que las parteras o matronas tuviesen mucho poder, incluso, se llegó a pensar que ellas podían decidir el sexo del bebé, lo que llevó a la promulgación de leyes en la Grecia Antigua que impedían a las mujeres practicar la medicina. ¿Por qué? Porque los hombres tenían miedo de que las mujeres utilizaran esta capacidad para cambiar el sexo del bebé, impidiendo la herencia y la descendencia masculina para perpetuar el apellido y el poder de la familia. Se les prohibió hacer remedios, curaciones, y en ese momento comenzó el ejercicio de la medicina masculina en exclusividad. Ya existían médicos varones, por supuesto, pero a partir de ese momento ellos abarcaron todo el terreno. El gran problema, sin embargo, fue que a las mujeres no les gustaba la idea de que un hombre las atendiera en el parto, ni en ningún aspecto relacionado a la ginecología, puesto que podrían ser acusadas de infidelidad. En consecuencia muchas mujeres daban a luz solas, se enfermaban, e incluso morían.
Consternada por este hecho, una joven ateniense llamada Agnódice (siglo III a.C.), decide estudiar medicina. Con la ayuda de su padre se disfraza de hombre y parte a Alejandría a estudiar con Herófilo de Calcedonia (335-280 a.C.), quien fue el primer anatomista que fundó una escuela médica. Al graduarse vuelve a Atenas y comienza a atender a las mujeres en su área de especialización: la ginecología. Para hacerlo debía continuar disfrazándose de hombre, pero confiaba a sus pacientes femeninos su verdadero género, lo cual la hizo muy popular.
Los médicos comenzaron a envidiar su popularidad y denunciaron a Agnódice por seducir a las mujeres a quienes atendía. Ellos consideraban que esta era la razón por la cual ya no los llamaban a ellos. Para evitar ser juzgada, Agnódice les demuestra que es mujer, pero esto lleva a que la condenan a muerte por violar la ley. Las mujeres atenienses, indignadas, entran en huelga y hacen derogar la ley, permitiendo a la joven ginecóloga continuar con su profesión.
“El permitir que cada una tome la decisión de elegir a un médico de su elección es un derecho inalienable, como lo es el de permitir a las mujeres seguir la profesión que más les guste.”
No existen datos fidedignos de que la ley haya sido revocada, y el relator de esta historia, Cayo Julio Higinio, vivió cuatro siglos después de Agnódice lo cual hace dudar a muchos historiadores de la veracidad de este relato; por lo cual algunos lo consideran más un mito. Sin embargo, lo que sí se evidencia en esta historia es la innegable realidad de que la salud reproductiva de la mujer es, como sabemos, un aspecto importantísimo de la medicina y de la sociedad.
El permitir que cada una tome la decisión de elegir a un médico de su elección es un derecho inalienable, como lo es el de permitir a las mujeres seguir la profesión que más les guste. Hoy en día en países como el Reino Unido, España, Holanda y otros se ha retomado la práctica de que matronas o midwives sean las que se ocupen de los partos normales; y que solamente los casos de mayor seriedad sean atendidos por ginecólogos. Por otro lado, en Estados Unidos, y países de América Latina lo más común es que una sea atendida por el médico especialista; sea mujer u hombre.
Es comprensible teniendo en cuenta la coyuntura de la época que las mujeres no quisieran ser atendidas por hombres, pero hoy en día es algo normal. Es más, muchas mujeres aseguran sentirse más cómodas con un médico ginecólogo hombre porque, al no conocer la anatomía personalmente, suelen ser más cuidadosos.
Y tú, ¿tienes alguna preferencia al elegir un ginecólogo?