5 cosas que aprendí yendo a terapia

Hace un año empecé a ir a terapia. Mentiría si les dijera que no había ido antes: fui cuando estaba en primaria por el divorcio de mis padres, fui cuando estaba en secundaria porque tuve una etapa de “adolescente rebelde e incomprendida”, y volví a ir en la universidad cuando me dio una crisis de ansiedad. ¿Qué cambió de todas esas veces y este 2018?
A mis 26 años, nadie me obligó a ir a terapia y nadie pagó las citas por mí. Las primeras veces que fui al psicólogo se podría decir que me obligaron mis padres: ponía mil pretextos y nunca quería regresar. Hoy, a punto de llegar a mis treinta, soy totalmente consciente de lo importante que es cuidar mi salud mental y no me arrepiento de gastar mi sueldo en terapia.
Y aunque dicen que los amigos están para hablar de los problemas y los diarios para escribir terapéuticamente, estoy segura de que hablar con un especialista también es positivo y worth a try. Pero, para no hacer esta introducción más extensa, quiero compartir con ustedes 5 cosas que aprendí yendo a terapia y que, considero, podrían ser de gran ayuda para ustedes.
1. No existe el psicólogo o psicoterapeuta ideal
Me ha pasado y seguro te pasará. Te recomendarán el especialista que hizo que la amiga de tu amiga saliera de la depresión por arte de magia. Créeme: esa persona no existe. Así como a veces sientes más empatía con un dentista que con otro, lo mismo ocurre con los psicólogos o psicoterapeutas.
No te desanimes si vas a una cita y no logras comunicarte bien con esa persona. A mí me pasó: visité varios especialistas hasta dar con una persona con la que realmente me sintiera cómoda.
2. Hay que tener las citas claras
“Las sesiones de terapia pueden funcionar como citas en el spa: pueden ser relajantes pero no necesariamente ayudan a resolver problemas”, dice el psicoterapeuta Jonathan Alpert en el New York Times.
Y tiene razón: sería increíble ir a terapia por siempre (y, ojo, no tiene nada de malo si ese es tu caso), también es bueno saber en qué aspectos de tu vida te gustaría mejorar. Recuerda que estás yendo por una razón y no debes perderla de vista.
3. No es malo hacer preguntas
Al iniciar una terapia, es muy probable que tengas varias preguntas en mente. En el caso de que no las tengas, hay una que sí deberías hacerle a tu terapeuta: ¿cuál es el tipo de terapia que realiza? El año pasado, conocí a una terapeuta que se especializa en “logoterapia”.
Así como existe la logoterapia, también hay otras formas de abordar una terapia. Por ejemplo, en el libro “Yoga o Clonazepam”, Jessica Vega-Puch habla de la terapia conductivo-conductual, que fue una de las que más la ayudó a recuperarse.
4. Debes ser constante
¿Te imaginas hacer deporte una vez al año y esperar tener el infartante cuerpo de JLo a los 49 años? Quizás no es el mejor ejemplo, pero hay algo que debes saber: ir una sola vez al psicólogo o a terapia no va a solucionar tu vida.
Es importante que sepas que vas a tener que hacer una inversión de tiempo y dinero para ver los resultados. ¿Lo mejor? Esa inversión es totalmente para ti y tu crecimiento personal.
5. No eres una loca por ir a terapia
Aún recuerdo cuando estaba en la universidad y me daba vergüenza admitir que me mediqué un mes para salir de un cuadro muy fuerte de ansiedad y depresión. En 2013, con las justas podía pararme de mi cama e ir a clases. Me hubiera gustado hablarlo con alguien, pero en esa época me era imposible.
No sé si el tiempo ha cambiado o he crecido, pero siento que cada vez existen menos tabúes con los problemas mentales. Cuentas en Instagram como @letstalkaboutmentalhealth y @thingsmadebyzulaikha me aseguran que cada vez hay más apertura para hablar sobre la mente y sus dilemas.
Es más, ¿quién no necesita terapia en estos días?